Cora había pasado toda su vida encadenada en el exterior. Día y noche, solo podía ver desde su pedazo de tierra frío y húmedo cómo sus dueños llegaban y se iban y disfrutaban de la calidez de su casa.
Los trabajadores de campo de PETA comenzaron a visitar a la amigable perra blanca y negra en su hogar en la zona rural de Carolina del Norte en el 2012, en principio para darle una casa para perro hecha de acuerdo a sus necesidades, junto con paja para dormir en ella, y para organizar su traslado a una cita de esterilización gratuita en una de nuestras clínicas móviles. Regresaron muchas veces para limpiar sus tazones de comida y agua que estaban siempre sucios, y para darle juguetes, golosinas y rascarle sus orejas para ayudar a aminorar su soledad.
Siempre que nuestros trabajadores de campo visitaban a Cora se ponía tan emocionada que brincaba de gusto alrededor de ellos, disfrutando la atención que le daban. Los trabajadores de campo de PETA en repetidas ocasiones le pidieron a su dueña si podían encontrarle un hogar dentro de una casa, pero su dueña siempre se negó. Al no haber leyes en contra del encadenamiento en el área, había poco que pudiéramos hacer, excepto seguir visitando a Cora y tratar de hacer su vida un poco menos miserable.
En algún momento, Cora fue entregada a otra familia, y PETA le perdió la pista – así fue, hasta la semana de Navidad. Por casualidad, los trabajadores de campo se encontraron con ella en un nuevo domicilio, pero en la misma situación deprimente – encadenada entre lodo y suciedad, con apenas una gota de agua para beber. Solo que esta vez, en realidad era peor: la cadena de Cora ahora estaba enredada alrededor de su cuello en lugar de estar fija a su collar, y la cadena estaba tan apretada que se había incrustado en su piel, ocasionando una herida supurante y sangrienta.
El nuevo dueño de Cora estuvo de acuerdo en que ella necesitaba más atención de la que podía ofrecerle y nos la entregó. La dulce Cora nos dejó quitarle la pesada cadena de alrededor de su cuello, curar su herida y darle un apremiante baño. A pesar de los años de abandono y descuido, respondió bien a la atención – la cual probablemente habría sido la única que había recibido en toda su vida.
La trabajadora de campo de PETA, Heather Johnson, se llevó a Cora en la víspera de Navidad, y la cachorro juguetona pasó su primera Navidad bajo techo, como parte de una familia, incluso abriendo regalos de su “mamá” en custodia temporal.
Una vez que su cuello se había curado, Cora estaba lista para ir a su hogar permanente. Heather la llevó hace poco a Bethesda, Maryland, donde conoció por primera vez a su nueva guardián Teresa Manns.
Ahora que ha encontrado su hogar permanente, los días de Cora están llenos de camas cómodas, jugueteos divertidos y dosis diarias de afecto y atención. Su historia es una de las muchas razones por las que PETA trabaja tan duro para ayudar a los perros que viven en exteriores.