Henry alguna vez fue un caballo de carreras, pero cuando dejó de ganar, se convirtió en uno más de los miles de caballos purasangre desechados cada año. El alguna vez competidor elegante y poderoso, se convirtió en una bolsa de huesos, tambaleante y apenas capaz de sostener su cabeza cuando, mientras trabajaba en otro caso en la zona rural de Carolina del Norte, una trabajadora de campo de PETA lo encontró a él y a una yegua llamada Caroline.
A Henry se le caía el pelo por puños, en parte debido al estrés, la desnutrición y por una enfermedad de la piel llamada “podredumbre de la lluvia”, que es común en caballos descuidados. También tenía heridas en los oídos que sangraban y que parecían haber sido causadas por picaduras de moscas. Las costillas y huesos de la cadera resaltaban contra su piel, y tenía tan poca carne en su cabeza que se le habían formado cavidades encima de sus ojos.
Caroline tenía un peso muy inferior al normal, y ambos caballos tenían sobrecrecidos los dientes y las pezuñas (el cuidado regular de los dientes y de las patas es esencial para los caballos), lo que les generaba gran dolor. La única fuente de agua de los caballos era una bañera desbaratada y abandonada que contenía apenas unas pocas pulgadas de agua sucia y algas.
La trabajadora de campo se enteró gracias al vecino de al lado, de que el propietario de los caballos se había mudado hacía meses y había dejado al hermano del vecino encargado de su cuidado. En la propiedad no había alimento, solo una paca de heno vieja y en descomposición, que la trabajadora de campo inmediatamente se la dio a los caballos, que estaban tan hambrientos que trataban de mordisquear su ropa. Regresó más tarde con algunos granos, los cuales “se los comieron como si fuese su trabajo”, dijo ella. Consultamos con un veterinario equino, quien recomendó que los caballos fueran retirados por “negligencia crónica”. El ausente dueño de los caballos no los quería (y al parecer incluso llegó a amenazar con dispararles). Los vecinos estuvieron de acuerdo en entregar a Henry, pero querían conservar al caballo más joven. Sin embargo, después de que subimos a Henry al remolque para llevarlo a su hogar de acogida, Caroline – tal como el veterinario había predicho que pasaría – se puso frenética cuando perdió de vista a Henry. Al ver lo angustiada que estaba, los vecinos estuvieron de acuerdo en dejar que estos viejos amigos permanecieran juntos. Una vez que llegaron a su hogar de acogida, los caballos fueron evaluados por un veterinario y recibieron los cuidados que necesitaban desde hacía mucho tiempo en sus dientes y pezuñas sobrecrecidas. Después de dos meses de cuidados adecuados, los caballos estaban casi irreconocibles:
El mes pasado, Caroline y Henry viajaron a su hogar permanente en Middleburg, Virginia, donde pasarán el resto de sus días comiendo juntos frondosos pastizales. Itchy, otro rescate de PETA, también vive en la granja y puede dar fe de que Caroline y Henry, en sentido literal y figurado, han caído en buenas manos.
Escrito por Alisa Mullins