El 15 de diciembre de 2015, Anakin, un mono tití macho, llegó en un camión a la Universidad de Massachusetts–Amherst (UMass). Junto con otros ocho titíes hacinados en la misma caja de madera, estaba destinado al laboratorio de la experimentadora Agnès Lacreuse.
Solo unos días después, los fanáticos de Star Wars se amontonaban en los cines para ver The Force Awakens. En las precuelas, el homónimo de Anakin recorría la galaxia, pero en el laboratorio de Lacreuse, el tití nunca conocería tal libertad. Pasaría los próximos cuatro años, casi la mitad de su vida, encerrado dentro de una estrecha jaula de acero.
Anakin nunca conocería la vida que se supone que deben tener los titíes: saltando de rama en rama en el bosque, buscando néctar y fruta con sus familias. Sus días se convertirían en una suma de pruebas desconcertantes, miedo y privaciones. Y al final de todo, sería asesinado.
La historia de Anakin
Demasiado pequeño como para posarse en un dedo, el mono que luego se llamaría Anakin nació el 8 de abril de 2011 en un criadero de Sudáfrica para Worldwide Primates, una corporación que produce seres sintientes en masa para venderlos a instalaciones en todo el mundo. Permaneció allí durante más de dos años.
Un día, los trabajadores metieron a Anakin en una caja de madera estrecha, que fue subida a un avión de carga. Envuelto en la oscuridad, habrá podido escuchar los gritos de pánico de los otros titíes del cargamento, sonidos que, dada la naturaleza profundamente social de los animales, solo habrán ampliado su angustia. El a Miami probablemente tomó más de 24 horas.
En la instalación de Worldwide Primates en Florida, Anakin era conocido solo por un número tatuado en su piel: 215. Para la compañía, él era una pieza de mercancía con un código de barras, es decir, un bien para vender o desechar a voluntad.
Después de otros dos años, en diciembre de 2015, Anakin fue puesto en una caja para el viaje de más de 1400 millas a UMass. El viaje, sería su último. Una vez allí, permanecería para siempre.
En UMass, estuvo enjaulado solitario durante los primeros dos meses, incapaz de participar en actividades sociales como acicalarse y jugar, que son psicológicamente tan vitales para los tités, como lo son físicamente la comida y el agua. Finalmente, le hicieron una vasectomía y lo pusieron en una jaula con un tití hembra llamado Padme. Pero la pareja fue un sustituto precario de la rica estructura social del que los titíes, como los humanos, necesitan ser parte para prosperar.
A través de los barrotes de su jaula, Anakin pudo ver a un tití macho llamado Chewie, llamado así por otro personaje de Star Wars, en otra parte de la habitación. La presencia del otro tití, con quien no se llevaba bien, lo estresó y angustió tanto que desarrolló diarrea. Pero los monos no podían evitarse más que dos ráfagas de aire atrapadas en el mismo globo.
Para mantenerlo inmóvil durante horas mientras tomaban imágenes para evaluar los efectos del envejecimiento en su cerebro, los experimentadores inmovilizaron repetidamente a Anakin usando un tosco sistema de casco y chaqueta, literalmente amarrándolo a la cama de la máquina de resonancia magnética. Despiertos y sin poder escapar, los titíes encuentran los sonidos de la resonancia magnética y la restricción de su movimiento tan aterradores que solo el “período de aclimatación” lleva semanas.
Para obligar a Anakin a participar en “pruebas cognitivas”, los experimentadores lo mantuvieron sediento, quitándole el agua hasta cinco horas al día, cinco días a la semana. Le presentaron una pantalla táctil. Si cumplía con sus deseos e interactuaba con las imágenes de la pantalla, recibía una “recompensa”: un pequeño sorbo de líquido, un alivio instantáneo a su sed. Pero si no cumplía, lo encerraban en una caja sin escapatoria y le administraban otra versión de la prueba sin sentido. Conseguir algo de beber a cambio de su cooperación ya no era una posibilidad. En el mejor de los casos, podría recibir un bocado seco de comida, desprovisto de cualquier humedad que aliviara su sed.
Tres mañanas a la semana, para proporcionar a los experimentadores una muestra de orina, Anakin era despertado de golpe, sacado de su jaula y confinado dentro de una caja de transporte vacía que era apenas más grande que una hoja de papel de computadora. Si orinaba rápido, sería devuelto a la jaula. De lo contrario, quedaría atrapado allí durante una hora. Estas interacciones estresantes y desorientadoras, como las sesiones de “prueba cognitiva”, eran peores para él por la manipulación humana, una experiencia que los titíes suelen encontrar aterradora y angustiosa.
En 2019, los experimentadores notaron que Anakin tenía una herida en la cola, posiblemente por haber quedado atrapada en la puerta de una jaula que se había cerrado de golpe por descuido. Gradualmente, la herida sanó, transformándose en una costra y luego en una cicatriz rosada. Pero durante más de un mes, la hinchazón persistió.
La vida de dolor y privaciones de Anakin finalmente terminó el 15 de enero de 2020, cuando los experimentadores lo mataron para poder cortar y observar su cerebro. En la muerte, como en la vida, su cuerpo fue explotado en busca de datos. Cuando los experimentadores terminaron con él, lo desecharon, lo arrojaron como un tubo de ensayo roto que ya no sirve.
Los Titíes Como Anakin Necesitan tu Ayuda
Anakin era un ser vivo y con sentimientos. Sin embargo, para los experimentadores del laboratorio de Lacreuse, su vida aparentemente valía poco más que un punto de datos en un artículo de revista, un garabato en una página. Se merecía ser el autor de su propia historia, pero ellos se la escribieron, dictando cada momento, cada interacción, cada oportunidad de comer y dormir.
Es demasiado tarde para cambiar la historia de Anakin, pero no es demasiado tarde para marcar la diferencia para los monos sensibles e inteligentes como él, que siguen encerrados en el laboratorio de Lacreuse. Actúa ahora para ayudar a poner fin a su sufrimiento.
UMass: ¡Dejen de Atormentar a los Titíes Ya!